He
visto hombres llorar con lágrimas en los ojos y sufrimiento en la mirada, sin
el menor remordimiento; enfrascados en su egoísmo, pidiendo disculpas por su
comportamiento y volviendo a caer en el mismo error una y otra vez y he visto
hombres llorar con una sonrisa en los labios con dolor interno y genuino, cortos
de palabra, pero un error no lo comenten dos veces. No es oro todo lo que
reluce.
Te
acercas a mi y mi cuerpo vuelve a templar, una distancia abismal pese a que tu
aliento roza mi cara, una sonrisa es suficiente para saber que todo esta bien,
la distancia no importa, el tiempo no cuenta y las personas alrededor mucho
menos. Recojo una lagrima en tu mejilla; las palabras sobran cuando se sabe que
el remordimiento invade el lugar, la pasión llena nuestros cuerpos desnudos y
la complicidad en solo de dos. Pero después de que en el escenario se baje el telón
comenzará todo de nuevo; te irás a otro teatro, pero sólo de cuerpo porque tu
alma me pertenece, como te pertenece mi vida, y yo estaré aquí, en el mismo
lugar esperando por ti, porque después de cada función, el escenario se vuelve
a abrir y tú; el protagonista mayor, el actor principal, siempre con la misma
escena, una lagrima y un remordimiento vuelven a entrar en acción y yo con el papel
secundario estoy allí haciendo lo que mejor se hacer; estar a tu lado.
Nada
ni nadie va a cambiar la función, tú el protagonista y yo, yo tu compañera de
escena. Así es esta función; hasta que la muerte nos separe.